Sunday, November 29, 2015

“TARAHUMARA”: CADA VEZ MÁS LEJOS DE BUÑUEL Por Alfonso La Torre (ALAT)

CINE LATINOAMERICANO/CINE MEXICANO

“TARAHUMARA”:
CADA VEZ MÁS LEJOS DE BUÑUEL

Por Alfonso La Torre (ALAT)




Una obra puede ser hermosa e interesante pese a los clamorosos defectos.  “Cada vez más lejos” (“Tarahumara”), el filme mexicano de Luis Alcoriza, presenta esta paradoja.

EL CINE EN RETARDO

Uno de los defectos más graves del cine mexicano a lo largo de sus cincuenta años, es el “over-statement”, ser demasiado explicito.  Aún en la versión fílmica de “Pedro Páramo”, la novela donde Juan Rulfo intuye la metafísica de la carnalidad del pueblo mexicano, perdió en el cine  la ambigüedad que hace del libro una de las creaciones artísticas más audaces. La escena cultural de México presenta, así, una extraña incoherencia; mientras la literatura y la poesía, incluso la pintura, alcanzaron una evolución sazonada y muy moderna, el cine se arrastra en los niveles más bajos de la inmediación populesca; renuncia, por impotencia o por compromiso, a las formas más agudas y sutiles de la expresión artística.  Oscila entre el testimonio vernáculo (rural o citadino) y lo meramente declarativo.  “Tarahumara”   resume ambas actitudes, y desde su doble titulo denuncia el afán de persuadir clara y directamente sin ambigüedades poéticas. “Tarahumara”, nombre de la tribu a la que el filme alude, es un hermoso titulo, una voz aborigen que impone su exotismo agresivo y musical, en suma, poético; pero Alcoriza no se fía de esta irradiación telúrica verbal, de esta musicalidad antropológica, y aclara el reclamo social del film con el titulo adicional de “Cada vez más lejos”, resumiendo su denuncia  (la manera literal en que los “blancos” empujan “cada vez más lejos” a la tribu, arrebatándole sus tierras, y marginándola a la inhóspita soledad de los roquedales).

EL EJEMPLO DE BUÑUEL

La unidad artística puede ser más pura y trágica, más enigmática y urgente, más sincera y honda, pero Alcoriza y su camarógrafo, Rosalio Solano, se pierden y se entraban en esta doble necesidad: el testimonio documental, de intensión antropológica, y la anécdota tercamente bosquejada para urdir la denuncia social.  Y los valores positivos del film,  señalan el camino que traicionaron por su prurito del “over-statement”, de la explicación excesiva: el filme se sostiene por es aspecto documental, y carga penosamente el peso de un alegato directo, que, sin embargo, no escapa a ciertas cobardías del compromiso no asumido a plenitud.

Podría recordarse  a Alcoriza, en un contexto donde el cine progresa, “Tierra sin Pan” de Buñuel, o algunos documentales de Flaherty  (El Hombre de Arán, Nanuk El Esquimal), o el sueco Arne Suckdorf.  “Tierra sin Pan”, un documental sobre la miseria y el atraso de las Hurdes en España, mostrando simplemente la dimensión geográfica; la realidad social, y la devastación en la materia carnal de sus habitantes, sacudió la conciencia de toda Europa, aterrorizada por descubrir dentro  de su estrecho contexto territorial de zona más avanzada de la civilización, una degradación tan aberrante de la condición humana por la miseria.  La alucinación verista de la cámara de Buñuel, el giro surrealista y poético en la imagen que observa de primera mano, y teje su testimonio en el ritmo de su cadencia promoviendo un pronunciamiento no explicito, sino tácito, pero irrecusable, de carácter moral y humano, de derivación tanto social como metafísica  (la densidad de significaciones que sólo el arte, la poesía, pueden implicar), hacen de “Tierra sin Pan” la más lacerante experiencia moral y estética que pueda infligírsenos. Alcoriza pudo hacer algo similar, y, en parte, casi pese a si mismo, lo hace.

TARAHUMARA A MEDIAS

Pero la ancilaridad irresuelta, lo traiciona.  No se conforma con las potencias trágicas de la materia social y humana que enfoca (la tribu  misma, su situación, en función del hermoso y atroz paisaje hostil, sino que la pervierte con actores profesionales: el testimonio antropológico y étnico, debilitado en su vehemencia telúrica y dramática, por cierta persuasión meramente histriónica, en función de un relato, no ya de un documento vital (el actor Jaime Fernández).

La tribu misma, es relegada a función de coro; los indios protagónicos son artistas elegidos con afán decorativo de tipo simplista rousseauniano (el hombre natural, puro, “debe” adecuarse a conceptos de belleza occidentales, en función de la arbitraria gravitación del idealismo griego clásico).

Sin embargo, si hay algo de “hermoso” en el film, es la ocasional emergencia al primer plano de rostros auténticamente nativos, de mascaras hondamente mimetizadas con la fisonomía trágica del paisaje, en su “fealdad” fisonómica que imita la fealdad de ciclópeo ámbito en que moran, pero que se empina a una dignidad telúrica y ritual que supera la concreción exterior con una belleza más honda  y más trágica, como en los “horribles” rostros que mostró Buñuel en “Tierra sin Pan” y que problematizan la condición humana .  Es aquí que Alcoriza y Solano proponen una visión singular, aún cuando organizan incidentes antropológicos  con excesiva simplicidad (la violación de la muchacha, y el “juicio”, por ejemplo, uno de los más hermosos y significativos pasajes sobre la “moral” nativa; la maratón con la pelota de madera, es una secuencia épica, que dice más sobre el espíritu aguerrido del Tarahumara, que su defensa de la tierra ante la voracidad  del mestizo).

Hay una inconsecuencia estilística entre las dos proporciones  del film (el documental y el alegato social).  Un ingeniero electrónico capitalino, abandona el inhumanismo mecanicista de su profesión, y descubre la potencia humana del aborigen: el film debía estar “visto” al trasluz de esta sensibilidad, en imágenes de Solano son de una simplicidad neutra, directa, sin nervios, lo que da una prestancia a sus imágenes (de acuidad técnica muy lúcida), es la catadura  fisionómica y moral de los tarahumara.  Por otra parte, la denuncia al terrateniente y la amoralidad oficial (dos asesinatos), esta muy mediatizada: la denuncia no va a fondo, solo generaliza el problema, introduce la ambigüedad allí donde la postura explicita que había asumido la inválida.  El film, así, conmueve, pero no convence.  La presencia ejemplar de Buñuel por su obra, y por su presencia personal de muchos años en México, donde hizo incluso “Los Olvidados”), no ha sido asimilada en absoluto. 



  

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