Thursday, July 13, 2006

LA MARCA DE LA PANTERA/ ARMANDO ARTEAGA

Critica de cine
LA MARCA DE LA PANTERA*
Por Armando Arteaga
Paul Schrader, el director de La Marca de la Pantera, estuvo hace unas semanas en Lima promocionando su filme y dictando conferencias sobre cine­matografía, y notamos en él una actitud de sarcas­mo frente a la cultura y la vida.
Paul Schrader en Lima.
Su tarjeta da presentación ha sido el mérito de haber realizado el guión de “Taxi Driver”. En “La Mar­ca de la Pantera", Schrader se aproxima a la natura­leza de la expresión amatoria en el ámbito animal y humano, presupone equivocadamente una suerte de metabolismo mágico de la mujer y la pantera, que resulta confuso, cuando propicia con reiteración el carácter fieresco de la zoografía humana, y que —en­tiendo— traía de producir intensamente en el filme un sentido de burla inevitable, de ironía cruel y mor­daz, sobre la relación "amorosa" de un biólogo (Jhon Heard) aficionado a la fotografía y una atrac­tiva mujer pantera (Nastassia Kinski) del zoológico que éste atendía.
 
Nasstasia Kinski en destacado personaje en "La marca de la pantera"
La contradicción permanente de la psicología con la lógica que hemos visto en Schrader, va en “La Marca de la Pantera” desde el encuentro inicial e intrigante entre el biólogo y la mujer hasta el final efímero pero emotivo del hombre y la fiera. Para esto, Schrader se vale de aspectos bíblicos, de te­mas como el incesto, la virginidad, la búsqueda ins­tintiva del cordón umbilical de lo humano (hembra) y lo félido, la convivencia del evocativo primitivismo con la modernidad en la cotidianidad humana de la vida actual contemporánea y tecnológica; sea porque, como parece afirmar Schrader, hacer una anatomía de la mujer equivale también a rebuscar en este sentido la dualidad y bimembración de la especie en la división del sexo y otros aspectos.
El filme del Schrader cae un poco en el maniqueísmo y es, en el fondo, un pasatiempo: no argu­menta nada, aborda cuestiones de la pareja y el cua­drivio amoroso; pero es, de alguna manera, una mi­rada peculiar sobre la relación macho y hembra, y su proyección amatoria de supervivencia; tal vez por esto, Schrader gráfica en el personaje-hermano de Malcom McDowell y en la genérica feminidad de Annette O´Toole, aspectos ininteligibles.


Y esa es su virtud, que parece querer conferir a la herencia animal en el hombre -tomando la his­toria de Dewitt Bodeen y jugando con los efectos visuales especiales de Albert Whitlock- un destino, en términos de libertad y voluntad de conciencia. El filme es también, a grandes rasgos, una cosmovisión de la desarticulada fuerza animal en el hombre y la mujer. La selva aún está presente en nuestras urbes y, dentro de las urbes, como en el zoológico del biólogo, los simios pueden ver en la televisión los conflictos humanos, en un eterno retorno.

*Publicado en el Diario Expreso, 03/09/1982 

Taxi Driver, guiòn de Paul Schrader.



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