Desde los primeros planos del filme “La muchacha de las bragas de oro” del catalán Vicente Aranda, la posibilidad de la vuelta a una sugerente naturalidad de los diversos aspectos de la vida humana se reintegra a través de cierta reconstrucción histórica de los acontecimientos pasados, vividos por un escritor falangista arrepentido y el encuentro provocado por su aparente sobrina, que subleva y revela con transparencia la realidad.
La película no es del todo una “crítica” si la apreciamos desde el psicologismo o del sociologismo, pero sí plantea criterios discretamente “irracionales” de la condición humana que, en el desarrollo de los acontecimientos, ayudan a la devaluación del racionalismo extremo.
Basado en la novela premiada del español Juan Marse -en nuestro medio, conocido por su “Ultimas tardes con Teresa”- el filme por momentos no supera esta asfixia del “monologo interior” en que la soledad y el enclaustramiento nostálgico de Luis (Lautaro Murúa, actor y director chileno-argentino de “La Raulito”) es siempre recurrete, la omnimoda presencia de su pasado militante franquista se nos presenta acompañada de las huellas dejadas por el recuerdo filial de su padre militante republicano, es decir, que en Luis pugnan las dos conciencias cívicas de cualquier español de aquella generación después de la guerra civil.
Basado en la novela premiada del español Juan Marse -en nuestro medio, conocido por su “Ultimas tardes con Teresa”- el filme por momentos no supera esta asfixia del “monologo interior” en que la soledad y el enclaustramiento nostálgico de Luis (Lautaro Murúa, actor y director chileno-argentino de “La Raulito”) es siempre recurrete, la omnimoda presencia de su pasado militante franquista se nos presenta acompañada de las huellas dejadas por el recuerdo filial de su padre militante republicano, es decir, que en Luis pugnan las dos conciencias cívicas de cualquier español de aquella generación después de la guerra civil.
El encuentro con Mariana (Victoria Abril, sensualidad mediterránea, exaltada en “Los cuerpos sagrados” por el iconoclasta Paco Umbral de Interviú) en la playa y en la casa, es siempre liquidador y suicida. Mariana está siempre en los rituales del baño y la cama, habla en “cheli” –lenguaje de gamberra y pendona- y tiene una relación narcisista con su amiga Teresa (Emil) que también es su amante. Ellas expresan una generación poliforma perversa frente a la generación promiscua de sus padres (Luis, José María), Soledad y Mari.
Mariana y Emili (con ese aire de macho ibérico) son hijos de la clandestinidad, crueles y liquidadoras por momentos, usan el sonido de la ocarina como medio de comunicación, expresan la fortaleza erótica de la juventud, explican la libertad en un retiro de tiempo claustrofóbico, por instinto se vuelven contra la generación promiscua de manera perturbadora y critica. El encuentro entre Luis y Mariana es literario y griego, la seducción incestuosa de la hija (Mariana) hacia el padre (Luis) está consumada en un destino histórico. Ni la generación promiscua se ha liquidado o ha sido liquidada por esa generación polimorfa perversa; ambas conviven en ese encuentro como en un destino.
Algo hay de este destino en la España actual, pero ya decíamos: evitemos por ahora el psicologismo y el sociologismo; hay instantes en el filme de Aranda en que están expresadas algunas manifestaciones del estado actual de las cosas con naturalidad, involucrando siempre una critica a lo permanente racional. Vale.
(Publicado en el Diario Expreso, Lima, Sábado, 01 de Setiembre de 1984).
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