Saturday, May 05, 2018


ATAHUALPA DEL CIOPPO Y LA VANGUARDIA TEATRAL  EN LIMA 

HASTA  FINES DE LOS SETENTA

Armando Arteaga

Desaprovechada e insólita, una verdadera lástima,  fue mi actitud de patear el tablero en contra de la cartelera teatral limeña a fines de los años setenta.  Mi pasión por el teatro, que había sido una fascinación desde niño, se vio resquebrajada por el aburrimiento que me producían las mediocres puestas en escena de las pocas obras de teatro que se presentaban en aquellas temporadas  de aquel  marasmo cultural de entonces. 
Me fui del teatro tirando la puerta cerrada por ese público conformista que aplaudía a cualquier mediocre actor o, a cualquier desinformado director, que sin rigor ni exigencia alguna por el trabajo de dramaturgia, mostraban los teatros vacíos, intrascendentes, sin dispositivos escénicos, petrificados por el tedio como espectáculo.


 
Nada en ese momento se comparaba a los inicios, en ese aprendizaje teatral en el TUNI con Atahualpa del Cioppo, ese director uruguayo, tal vez el más destacado  director de escena que hubiera conocido, deslumbrado por la puesta en escena de Ubu Rey de Alfred Jarry bajo una carpa de circo en el Campo de Marte.  El maestro Atahualpa del Cioppo, se presentó en la escena teatral de entonces como un distinguido provocador e interlocutor del distanciamiento brechtiano. Nadie conocía de Brecht tanto como él.   En el teatro de la Facultad de Arquitectura de la UNI donde disertaba cada tarde nos dejaba  la evidente denuncia social y la preocupación por el enrevesado argumento del contexto político e ideológico. 
De Bertolt Brecht pasamos al marxismo (peldaño a peldaño se subía pacientemente hasta el último piso de Gramsci, en el enredo del nonato compromesso storico).  Por eso, aún recuerdo haber participado en un grupo de estudiantes que nos propusimos la lectura colectiva de las obras completas de Bertolt Brecht, tarea que años después personalmente he complementado  con la lectura de las traducciones, del alemán al español,  por Miguel Sáenz, versiones asequibles y pulcras para la mise in scene. 
Una de las obras que más me impresionó al leer a Brecht fue “La mujer judía” (Die jüdische frau), un drama que dura unos treinta minutos.  De dos personaje, un hombre y una mujer.  La escena ocurre en el dormitorio de la protagonista.  En tiempos de la Alemania nazi, una mujer judía, bella, sofisticada, burguesa, decide dejar el país al comprobar el peligro de sus vidas y el desarrollo de la profesión de su esposo. Busca una intriga para lograr su objetivo de sacarlo al esposo del infierno nazi: aunque él no acepta, ella se va.  Nada ni nadie la retiene. 




 Son varios los directores que han probado suerte con Brecht, a partir de los trabajos de Atahualpa del Cioppo, ninguno  ha podido superar este aporte en nuestro medio teatral.  Y es que para poner en escena a Brecht se necesita poseer muchos conocimientos, eliminar lo superfluo y el  facilismo en la acción teatral, entender la tragedia insólita de este tiempo actual que nos lleva a la autodestrucción humana por el capricho del capitalismo como sistema. 
El terrorismo, es una plaga del mundo contemporáneo, tal vez por la resonancia que este espectáculo desgarrador ofrece en las comunicaciones instantáneas: la televisión-cable  y el internet. Lo que distingue al terrorismo de otras formas de criminalidad violenta y organizada de los antisociales es que busca influir pánico en la ciudadanía, destruir la disciplina social y paralizar a las fuerzas defensoras de la sociedad. 

Eso lo sabía Brecht, cuando escribió esta obra estupenda que se llama “El Delator” (Der Spitzel), un drama de veinte minutos, que se desarrolla en la sala estar de una familia de clase media.  La obra tiene por personajes dos mujeres (una principal), un hombre y un muchacho adolescente.  La historia es, un matrimonio atemorizado en los tiempos de la Alemania nazi, tiene desconfianza de todo: de la criada, de los amigos, de los vecinos, e incluso de su propio hijo.  El hijo, un adolescente fanático afiliado a las juventudes hitlerianas.  La familia llega a la situación de un verdadero horror ante la duda de si el hijo, que ha salido a la calle, habrá ido a delatarlos. 
Estas dos  obras de Brecht,  expresan dramáticamente el terror y sus secuelas de manera rotunda y eficaz, Ese terror, que es una plaga, que paraliza y destruye los sentimientos elementales y básicos de la familia, la confianza y el amor entre los semejantes.  Todo el peso del montaje descansa en la interpretación de los actores.  El director debe lograr un clima de inquietud y tensión en aumento que va transformado a estos personajes en dementes. Mostrándonos un mundo dominado por la locura. 
Otra obra de Brecht, que resulta fundamental,  para entender el “teatro épico” y el “distanciamiento”, es “Madre Coraje y sus hijos” (Mutter Courage und ihre kínder), acto de doce cuadros.  Brecht creo el “efecto distanciamiento”, a fin de que los espectadores se distancien de los sucesos argumentales de las obras,  y adopten una actitud crítica ante los acontecimientos contemplados.