Friday, May 04, 2012

EL TEATRO GRIEGO Y “ANTIGONA” DE ANOUILH / ARMANDO ARTEAGA

EL TEATRO GRIEGO Y “ANTIGONA” DE ANOUILH

Por Armando Arteaga


Salvo raras excepciones, por donde uno puede caminar, siempre encuentras por allí, para contar,  y porqué no,  divertirte y recordar,  un puñado de torpes  y groseras  representaciones de teatro griego, que uno suele imaginar en magnánimo: ya en tiempos de esta postmodernidad (en apuros),  no hay casi espacio teatral acertado para la tragedia griega, y menos,  para la comedia griega: a pesar de que Aristófanes es muy imaginativo, y perdura su mensaje siempre fantástico e ingenioso, invadido de una galería de personajes chillones y bullangeros,  que hasta ahora persisten: políticos de republiquetas, soldados fanfarrones, avaros en ruinas, burócratas  bufones, etc.. 

Nuestra deuda con los griegos en el teatro es inmensa. Los trágicos atenienses del siglo V antes de nuestra era, eran: Esquilo (525.456 a.C.),  siete tragedias; Sófocles (495-406 a.C.),  siete tragedias; Eurípides (481?-406 a.C.), diecinueve tragedias.  Lo mismo que en la comedia fue  Aristófanes (444?-380): once comedias.  Ese es el corpóreo literario del teatro griego antiguo. Las estructuras modernas de las obras teatrales  “actuales”  vienen desde Grecia.  En primer lugar, todos estos aportes presumen origen desde entonces: la duración (tempo y tiempo) como espectáculo, la división en actos, la presencia de “coros” narrativos, la idea de desarrollar un argumento, y el verso dramático: el  yámbico de doce silabas.

El teatro griego tenía como función principal hacer didáctica: la obra era un instrumento de enseñanza.  El espectador era trastocado para una toma de conciencia cívica (por lo menos). Aristóteles hablaba de la experimentación,  de provocar “catarsis”.  De ir  hacia la búsqueda de una ética social.  Los griegos le dieron al teatro una finalidad educativa.

La tragedia griega siempre argumentó,  con temas serios y de consecuencias dramáticas, una  inspiración fatalista que dejaba al hombre inmerso en frontal lucha contra su destino. Dolor humano y muerte fueron expresiones sensibles y nítidas,  extraídas del mensaje social.  Los personajes de la tragedia griega casi siempre son héroes,  o de origen plenipotenciario, pero castigados en el albur del destino.


 Esquilo, Sófocles, y Eurípedes.

 Esquilo es el primero de los tres autores trágicos, le dio grandeza y esplendor al género teatral.  Experimentó con el aumento del número de actores: superó la presencia de uno o dos actores, le disminuyó importancia al coro, y le dio mayor rango de comunicación a los diálogos.

Sófocles es el autor más clásico de los tres, y elevó la tragedia dándole un sentido más universal a su mensaje. También experimento cambios aumentando el número de actores, le dio mayor acción al argumento, se apoya en el decorado y el vestuario de los actores.  Sus personajes son –complejamente- idealizados, pero tienen mayor expresión humana que los de Esquilo.

Eurípides fue menos valorado en vida que Esquilo y Sófocles, aunque fue el autor trágico más popular en la época helenística. No tiene la dimensionalidad de Sófocles.  Sus personajes son apoteósicamente  más terrenales, aunque escoge  aportes de la mitología, asume la presencia indivisible de la mujer y sus pasiones, estudia lo psicológico en la expresión actoral, y critica a los dioses.

La comedia: género en donde brilló Aristófanes, contrasta con la tragedia.  Sus temas son asumidos por personajes anti-héroes, su intención es divertir y criticar ciertos aspectos de la sociedad griega, discernir sobre los males universales y sociales. La comedia es anti-épica y desarrolla el instinto fantástico del teatro, el  natural bullicio para atraer la comprensión popular, desarrolla la sátira, el chiste, los cánticos y en exceso la burla.

Varias puestas en escena de obras de teatro griego que he visto son un fiasco, y el error óptico viene mirando hacia atrás con distancia, de “lontananzas” se llenan las “acciones”,  y los “diálogos” caducan  de estas “versiones” tal vez en  bodrios.  Así  les llaman a estos intentos fallidos, esperpentos teatrales: a lo que no puede ser una cabal “puesta en escena” de una buena obra de teatro griego,  algo soso, seria una despunte: si entrara a tallar la mano prodiga de un sensato “director”.  Pues,  a decir verdad, el repertorio del teatro griego en lo cuantitativamente, son pocas obras , pero son suficientes para mover la inercia teatral,  que por momentos vivimos, tan inundados de cualquier baratija,  que algunos llaman “teatro”.


Actores clásicos del teatro griego

La realidad actual del mundo es bastante bufonesca y la nuestra (la realidad peruana) no se queda atrás. Aunque siempre ese verso de Luis Hernández me recuerde: Mi país no es Grecia. Se vive así.  Aquí la tragedia se vuelve comedia y la comedia se vuelve tragedia.  Los tiempos postmodernos son así de contradictorios, donde por momentos la manipulación es el arte de la verdad.

Empezaré por recordar diciembre del 68, famosa polémica que se armó en el Club de Teatro que dirigía Reynaldo D´Amore.  “Sófocles, Eurípides y Pérez” fue para mi gusto una buena respuesta a tremenda bronca que armó Edgardo Pérez Luna por una sensible y sincera critica que le hizo Alfonso La Torre.  La Torre llamó mala a la obra “Cantico para el Tótem” de Pérez Luna.  Asunto que, años después nos daba risa a Edgardo Pérez Luna y a mí, son pocas las obras referidas en el tema griego para no divertirnos; pues, este amigo periodista me invitó a escribir en el Suplemento “La Semana”  de Correo -años después-cuando fue editor: escribe teatro y cine, me recomendó.  Le falta teatro a este país, se refería al espectáculo del teatro como tal.

Años más tarde, cuando fui amigo de Alfonso La Torre (aunque él fue mi profesor desde el 68), al preguntarle por el tema de la polémica con Pérez Luna, se ratificó en términos amables: los criterios,  de su posición, respecto a la  expresada polémica literaria-teatral (entre autor y critico) que animó los cafés, los pasillos teatrales y las gacetillas periodísticas limeñas, fueron sinceros y honestísimos. Recuerdo que en aquella polémica Alfonso La Torre explicaba  la trasmutación de las “versiones”  de una obra teatral como Antígona de Sófocles en su versión fatalista por parte de Anouilh , va variando en Holderlin para transformarse en poema a la libertad, y en Brecht se vuelve poema político –decía-. 

Recuerdo, ahora, que la versión “Antígona” de Jean Anouilh transforma a esta mujer en una figura desconcertante y tierna, desnudando el mito, otorgando a la cotidianeidad de su vida menos importancia que su destino.  Esa Antígona moderna de Anouilh es la que siempre me ha llamado la atención. Anouilh es quien mejor sabe tratar a los personajes femeninos en el teatro moderno a pesar de su pesimismo;  en “Orquesta para Señoritas”, aun allí persiste el malestar y la befa de la comedia griega particularmente en él como autor. 

Otra puesta en escena en nuestro medio donde se presume de lo griego fue “Orestiada-Erostiada” (conjunto de textos del teatro griego  que muestran el antagonismo entre lo Apolíneo y lo Dionisiaco), puesta en escena bajo la dirección de Carlos Padilla con el Teatro de la Universidad de Lima.  Textos de Esquilo y Sófocles, con canciones de Chico Buarque y música concreta de Enrique Pinilla, le dieron  a la Electra de Padilla una postura marcusiana,  con algo de macumba,  y convicciones post-Woodstock.

Algo más cerca, la versión libre de Antígona de José Watanabe.  Elán griego de Watanabe que sirvió para una puesta uni-personal de Teresa Ralli del grupo Yuyachkani, donde el teatro por obra y gracia se convierte en narración.  Ya sé, el teatro no es narración. La propuesta poética que le da Watanabe a este guión re-escrito donde lo trágico persiste naturalmente, y por eso se salva esta propuesta teatral de Yuyachkani, envuelta con algo de versión trágica,  donde se exalta lo mágico  y lo sagrado. Así como Watanabe, en nuestro país, el poeta Juan Ríos,  le ha puesto también un  sentido griego a sus textos poéticos y a sus obras teatrales.

Los españoles hicieron una “puesta en escena” setentera  (a mitad de la década) de  esa Antígona de Anouilh.  La traducción de Lauro Olmo.  La dirección de Miguel Narros.  Decorados: Andrea D´Odorico.  Interpretes: Ana Belén (nada menos de Antígona); Fernando Delgado (Creonte); Silvia Vivó (Ismene); Margarita Más (Nodriza); Miguel Ayones (hermano); Manuel de Blas (Narrador); Francisco Algora (Guardia); Maruchi Frestoria (Reina).  Estreno en Madrid: Teatro Reina Victoria, 31 de Enero de 1975.  Recuerda así el catalogo.

De Antígona  hemos hecho más imaginación que del personaje “real”  sobre el escenario.  Anouilh le cambia cierto sentido a lo trágico, le da un realismo más reflexivo.  Los personajes de Anouilh están allí para hacer vivir el teatro, son para las “tablas”, para edulcorar  la historia naturista  de cierta espontaneidad  para el trabajo directo de una actriz, muchas veces con gestos que  están alejados de la realidad evidente.  Es también parte del espectáculo trágico de una mujer, tal como lo fue la puesta en escena de la Antígona del Living Theatre.  Lo que importa de la Antígona de Anouilh es que esta mujer sea  capaz de conmovernos porque expresa  uno de los tantos problemas dramáticos que tiene la humanidad, aunque estas respuestas van cambiando en intensidad con lo que trae cada época distinta.  La muerte siempre será una presencia telúrica de la condición humana. Unos mueren y otros matan. 


 Antígona de Anouilh

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