CINE LATINOAMERICANO/CINE
MEXICANO
“TARAHUMARA”:
CADA
VEZ MÁS LEJOS DE BUÑUEL
Por
Alfonso La Torre (ALAT)
Una obra puede
ser hermosa e interesante pese a los clamorosos defectos. “Cada vez más lejos” (“Tarahumara”), el filme
mexicano de Luis Alcoriza, presenta esta paradoja.
EL CINE EN
RETARDO
Uno de los
defectos más graves del cine mexicano a lo largo de sus cincuenta años, es el
“over-statement”, ser demasiado explicito.
Aún en la versión fílmica de “Pedro Páramo”, la novela donde Juan Rulfo
intuye la metafísica de la carnalidad del pueblo mexicano, perdió en el
cine la ambigüedad que hace del libro
una de las creaciones artísticas más audaces. La escena cultural de México presenta,
así, una extraña incoherencia; mientras la literatura y la poesía, incluso la
pintura, alcanzaron una evolución sazonada y muy moderna, el cine se arrastra
en los niveles más bajos de la inmediación populesca; renuncia, por impotencia
o por compromiso, a las formas más agudas y sutiles de la expresión
artística. Oscila entre el testimonio
vernáculo (rural o citadino) y lo meramente declarativo. “Tarahumara”
resume ambas actitudes, y desde su doble titulo denuncia el afán de
persuadir clara y directamente sin ambigüedades poéticas. “Tarahumara”, nombre
de la tribu a la que el filme alude, es un hermoso titulo, una voz aborigen que
impone su exotismo agresivo y musical, en suma, poético; pero Alcoriza no se
fía de esta irradiación telúrica verbal, de esta musicalidad antropológica, y
aclara el reclamo social del film con el titulo adicional de “Cada vez más
lejos”, resumiendo su denuncia (la
manera literal en que los “blancos” empujan “cada vez más lejos” a la tribu,
arrebatándole sus tierras, y marginándola a la inhóspita soledad de los
roquedales).
EL EJEMPLO DE
BUÑUEL
La unidad
artística puede ser más pura y trágica, más enigmática y urgente, más sincera y
honda, pero Alcoriza y su camarógrafo, Rosalio Solano, se pierden y se entraban
en esta doble necesidad: el testimonio documental, de intensión antropológica, y
la anécdota tercamente bosquejada para urdir la denuncia social. Y los valores positivos del film, señalan el camino que traicionaron por su
prurito del “over-statement”, de la explicación excesiva: el filme se sostiene por
es aspecto documental, y carga penosamente el peso de un alegato directo, que,
sin embargo, no escapa a ciertas cobardías del compromiso no asumido a
plenitud.
Podría
recordarse a Alcoriza, en un contexto
donde el cine progresa, “Tierra sin Pan” de Buñuel, o algunos documentales de
Flaherty (El Hombre de Arán, Nanuk El
Esquimal), o el sueco Arne Suckdorf.
“Tierra sin Pan”, un documental sobre la miseria y el atraso de las
Hurdes en España, mostrando simplemente la dimensión geográfica; la realidad
social, y la devastación en la materia carnal de sus habitantes, sacudió la
conciencia de toda Europa, aterrorizada por descubrir dentro de su estrecho contexto territorial de zona
más avanzada de la civilización, una degradación tan aberrante de la condición
humana por la miseria. La alucinación
verista de la cámara de Buñuel, el giro surrealista y poético en la imagen que
observa de primera mano, y teje su testimonio en el ritmo de su cadencia
promoviendo un pronunciamiento no explicito, sino tácito, pero irrecusable, de
carácter moral y humano, de derivación tanto social como metafísica (la densidad de significaciones que sólo el
arte, la poesía, pueden implicar), hacen de “Tierra sin Pan” la más lacerante
experiencia moral y estética que pueda infligírsenos. Alcoriza pudo hacer algo
similar, y, en parte, casi pese a si mismo, lo hace.
TARAHUMARA A
MEDIAS
Pero la
ancilaridad irresuelta, lo traiciona. No
se conforma con las potencias trágicas de la materia social y humana que enfoca
(la tribu misma, su situación, en
función del hermoso y atroz paisaje hostil, sino que la pervierte con actores
profesionales: el testimonio antropológico y étnico, debilitado en su
vehemencia telúrica y dramática, por cierta persuasión meramente histriónica,
en función de un relato, no ya de un documento vital (el actor Jaime
Fernández).
La tribu misma,
es relegada a función de coro; los indios protagónicos son artistas elegidos
con afán decorativo de tipo simplista rousseauniano (el hombre natural, puro,
“debe” adecuarse a conceptos de belleza occidentales, en función de la
arbitraria gravitación del idealismo griego clásico).
Sin embargo, si
hay algo de “hermoso” en el film, es la ocasional emergencia al primer plano de
rostros auténticamente nativos, de mascaras hondamente mimetizadas con la
fisonomía trágica del paisaje, en su “fealdad” fisonómica que imita la fealdad
de ciclópeo ámbito en que moran, pero que se empina a una dignidad telúrica y
ritual que supera la concreción exterior con una belleza más honda y más trágica, como en los “horribles”
rostros que mostró Buñuel en “Tierra sin Pan” y que problematizan la condición
humana . Es aquí que Alcoriza y Solano
proponen una visión singular, aún cuando organizan incidentes antropológicos con excesiva simplicidad (la violación de la
muchacha, y el “juicio”, por ejemplo, uno de los más hermosos y significativos
pasajes sobre la “moral” nativa; la maratón con la pelota de madera, es una
secuencia épica, que dice más sobre el espíritu aguerrido del Tarahumara, que
su defensa de la tierra ante la voracidad
del mestizo).
Hay una
inconsecuencia estilística entre las dos proporciones del film (el documental y el alegato
social). Un ingeniero electrónico
capitalino, abandona el inhumanismo mecanicista de su profesión, y descubre la
potencia humana del aborigen: el film debía estar “visto” al trasluz de esta
sensibilidad, en imágenes de Solano son de una simplicidad neutra, directa, sin
nervios, lo que da una prestancia a sus imágenes (de acuidad técnica muy
lúcida), es la catadura fisionómica y
moral de los tarahumara. Por otra parte,
la denuncia al terrateniente y la amoralidad oficial (dos asesinatos), esta muy
mediatizada: la denuncia no va a fondo, solo generaliza el problema, introduce
la ambigüedad allí donde la postura explicita que había asumido la
inválida. El film, así, conmueve, pero
no convence. La presencia ejemplar de
Buñuel por su obra, y por su presencia personal de muchos años en México, donde
hizo incluso “Los Olvidados”), no ha sido asimilada en absoluto.