REQUIEN POR LA VANGUARDIA TEATRAL
DE FINES DE LOS SETENTA
Por Armando Arteaga
Desaprovechada e
insólita, una verdadera lastima, fue mi
actitud de patear el tablero en contra de la cartelera teatral limeña a fines
de los años setenta. Mi pasión por el
teatro, que había sido una fascinación desde “churre”, se vio resquebrajada por
el aburrimiento que me producían las mediocres puestas en escena de las pocas
obras de teatro que se presentaban en aquellas temporadas de aquel
marasmo cultural de entonces.
Me fui del teatro
tirando la puerta cerrada por ese publico conformista que aplaudía a cualquier
mediocre actor o, a cualquier desinformado director, que sin rigor ni exigencia
alguna por el trabajo de dramaturgia, mostraban los teatros vacíos, intrascendentes,
sin dispositivos escénicos, petrificados por el tedio como espectáculo.
Revista Escénica
Nada en ese momento
se comparaba a los inicios, en ese aprendizaje teatral en el TUNI con Atahualpa
del Cioppo, ese director uruguayo, tal vez el más destacado director de escena que hubiera conocido,
deslumbrado por la puesta en escena de Ubu Rey de Alfred Jarry bajo una carpa
de circo en el Campo de Marte. El
maestro Atahualpa del Cioppo, se presentó en la escena teatral de entonces como
un distinguido provocador e interlocutor del distanciamiento brechtiano. Nadie
conocía de Brecht tanto como él. En el
teatro de la Facultad de Arquitectura de la UNI donde disertaba cada tarde nos
dejaba la evidente denuncia social y la
preocupación por el enrevesado argumento del contexto político e
ideológico.
De Bertolt Brecht
pasamos al marxismo (peldaño a peldaño se subía pacientemente hasta el ultimo
piso de Gramsci, en el enredo del nonato “compromesso storico”). Por eso, aun recuerdo haber participado en un
grupo de estudiantes que nos propusimos la lectura colectiva de las obras
completas de Bertolt Brecht, tarea que años después personalmente he
complementado con la lectura de las
traducciones, del alemán al español, por
Miguel Sáenz, versiones asequibles y pulcras para la “mise in scene”.
Una de las obras
que mas me impresionó al leer a Brecht fue “La mujer judía” (Die jüdische
frau), un drama que dura unos treinta minutos.
De dos personaje, un hombre y una mujer.
La escena ocurre en el dormitorio de la protagonista. En tiempos de la Alemania nazi, una mujer
judía, bella, sofisticada, burguesa, decide dejar el país al comprobar el
peligro de sus vidas y el desarrollo de la profesión de su esposo. Busca una
intriga para lograr su objetivo de sacarlo al esposo del infierno nazi: aunque
él no acepta, ella se va. Nada ni nadie
la retiene.
Son varios los
directores que han probado suerte con Brecht, a partir de los trabajos de
Atahualpa del Cioppo, ninguno ha podido
superar este aporte en nuestro medio teatral.
Y es que para poner en escena a Brecht se necesita poseer muchos
conocimientos, eliminar lo superfluo y el
facilismo en la acción teatral, entender la tragedia insólita de este
tiempo actual que nos lleva a la autodestrucción humana por el capricho del
capitalismo como sistema.
El terrorismo, es
una plaga del mundo contemporáneo, tal vez por la resonancia que este
espectáculo desgarrador ofrece en las comunicaciones instantáneas: la
televisión-cable y el internet. Lo que
distingue al terrorismo de otras formas de criminalidad violenta y organizada
de los antisociales es que busca influir pánico en la ciudadanía, destruir la
disciplina social y paralizar a las fuerzas defensoras de la sociedad.
Brecht
Eso lo sabía
Brecht, cuando escribió esta obra estupenda que se llama “El Delator” (Der
Spitzel), un drama de veinte minutos, que se desarrolla en la sala estar de una
familia de clase media. La obra tiene
por personajes dos mujeres (una principal), un hombre y un muchacho adolescente. La historia es, un matrimonio atemorizado en
los tiempos de la Alemania nazi, tiene desconfianza de todo: de la criada, de
los amigos, de los vecinos, e incluso de su propio hijo. El hijo, un adolescente fanático afiliado a
las juventudes hitlerianas. La familia
llega a la situación de un verdadero horror ante la duda de si el hijo, que ha
salido a la calle, habrá ido a delatarlos.
Estas dos obras de Brecht, expresan dramáticamente el terror y sus
secuelas de manera rotunda y eficaz, Ese terror, que es una plaga, que paraliza
y destruye los sentimientos elementales y básicos de la familia, la confianza y
el amor entre los semejantes. Todo el
peso del montaje descansa en la interpretación de los actores. El director debe lograr un clima de inquietud
y tensión en aumento que va transformado a estos personajes en dementes.
Mostrándonos un mundo dominado por la locura.
Otra obra de
Brecht, que resulta fundamental, para
entender el “teatro épico” y el L“distanciamiento”, es “Madre Coraje y sus
hijos” (Mutter Courage und ihre kínder), acto de doce cuadros. Pero, ese es
otro asunto, de un teatro brechtiano que nunca pudimos ver. Pues Brecht estaba muy lejos, y llegó la
hegemonía de Stanislavski con su teorías
del “sí” y del “no”, de otras “distancias” más o menos significativas que priorizaban
la “preparación del actor” para olvidarse que el escenario es importante, “el
espacio vacío” del que hablaba Peter Brook, es tan importante como el publico
que se aburre con tantas “teorías” y el
espectáculo agoniza falto de épica cuando se cierra el telón de la sala, y de
la critica: nada.
Atahualpa del Cioppo
La muerte del
director de escena en la obra teatral no
es el mismo “argumento” del conflicto del personaje que sustentó, por ejemplo, Darío Fo: La muerte accidental de un
anarquista. Recuerdos del maestro Atahualpa del Cioppo en mis “Apuntes sobre
puesta en escena” de un estudiante de matemáticas que metía su nariz en asuntos
de literatura dramática. Valió la pena
husmear en la poética teatral de Brecht, y llevando el maletín de “asistente de
dirección” del maestro uruguayo que sabia tanto del distanciamiento
brechtiano.
Pura ficción
científica que me ayudó a demostrar por
el absurdo el teorema de la vida y las paradojas de la historia. Derecha más
izquierda igual revolución, teorizaba Renzo Casali. El hombre A. es un monstruo, cojea de la
pierna izquierda. Este otro señor B.
tuvo la mala suerte de nacer con la pierna derecha más larga que la
izquierda. La eliminación de los
sentimientos no es un accidente más de la palabra, mejor mirar la calle, y
prohibido estar triste.