Avatar
Por William Ospina
AUNQUE AVATAR PARECE LA PRIMERA gran película de un género que podría llamarse de ecofantasía, de misticismo ecológico o de Gaia ficción, lo más paradójico es que condensa también todo el universo tecnológico de nuestra época.
No sólo en lo deslumbrante de sus efectos visuales, ese aparato de flotillas de naves sobrevolando y amenazando un planeta remoto, sino en su andamiaje de cámaras de proyección del pensamiento, pantallas que reproducen tridimensionalmente la topografía de un mundo, robots gigantes que llevan en su pecho tripulantes de carne y hueso, y laboratorios en cuyas cámaras se gestan réplicas artificiales de los habitantes del mundo invadido.
La palabra Avatar procede del sánscrito avatara, que significa en la India la encarnación terrestre de una divinidad, sobre todo de Vishnú, quien ha venido a salvar al mundo nueve veces: como el pez Matsya, como la tortuga Kurma, como el jabalí Varaha, como el hombre-león Narasimba, como el monje enano Vamana, como el guerrero Parasurama, como el bondadoso héroe Rama, como el bello y liberador Krishna, y como el iluminado Buda… y que vendrá una vez más al finalizar la edad de la Oscuridad y de la Destrucción para iniciar una era de piedad religiosa.
Más recientemente, la palabra Avatar era utilizada en internet para designar a los íconos que utilizan las personas para identificarse en el mundo virtual, juegos de rol, foros de discusión y programas de mensajería.
Por William Ospina
AUNQUE AVATAR PARECE LA PRIMERA gran película de un género que podría llamarse de ecofantasía, de misticismo ecológico o de Gaia ficción, lo más paradójico es que condensa también todo el universo tecnológico de nuestra época.
No sólo en lo deslumbrante de sus efectos visuales, ese aparato de flotillas de naves sobrevolando y amenazando un planeta remoto, sino en su andamiaje de cámaras de proyección del pensamiento, pantallas que reproducen tridimensionalmente la topografía de un mundo, robots gigantes que llevan en su pecho tripulantes de carne y hueso, y laboratorios en cuyas cámaras se gestan réplicas artificiales de los habitantes del mundo invadido.
La palabra Avatar procede del sánscrito avatara, que significa en la India la encarnación terrestre de una divinidad, sobre todo de Vishnú, quien ha venido a salvar al mundo nueve veces: como el pez Matsya, como la tortuga Kurma, como el jabalí Varaha, como el hombre-león Narasimba, como el monje enano Vamana, como el guerrero Parasurama, como el bondadoso héroe Rama, como el bello y liberador Krishna, y como el iluminado Buda… y que vendrá una vez más al finalizar la edad de la Oscuridad y de la Destrucción para iniciar una era de piedad religiosa.
Más recientemente, la palabra Avatar era utilizada en internet para designar a los íconos que utilizan las personas para identificarse en el mundo virtual, juegos de rol, foros de discusión y programas de mensajería.
James Cameron, director de Avatar.
En esta película del hombre de Ontario, James Cameron, que como todas las suyas está batiendo marcas de asistencia en todo el mundo, el Avatar es el cuerpo artificial en el cual la mente de un terrestre explora el planeta desconocido, enfrenta sus peligros, conoce a sus héroes y se encariña con el mundo nuevo, que le resulta, por razones personales pero también filosóficas, más atractivo que su mundo de origen.
El mensaje parece llamado a impactar y a conmover a las jóvenes generaciones: en el planeta Pandora los nativos no han perdido su contacto mítico y religioso con la naturaleza que los engendra, y viven en mágica armonía con el medio. La tesis de unos cuantos antropólogos hace décadas es hoy una verdad que pocas mentes se niegan a aceptar sobre las culturas nativas de nuestro planeta. Hay en Pandora una conexión ritual entre la sociedad y las raíces del mundo, y miss Sigourney Weaver, la jefe de antropólogos que estudian el nuevo planeta, trata de traducirlo a la cartilla científica, como una conexión entre todos los seres vivos de un ecosistema semejante a los enlaces entre las neuronas de nuestro cerebro. Como un recuerdo de muchos de los mundos destruidos por lo que aquí llamamos “el progreso”, entran en el planeta las hordas de la destrucción, los ejércitos que vienen a explotar los metales del mundo nuevo, y no querrán detenerse ante ningún obstáculo antes de agotar sus recursos.
El mensaje parece llamado a impactar y a conmover a las jóvenes generaciones: en el planeta Pandora los nativos no han perdido su contacto mítico y religioso con la naturaleza que los engendra, y viven en mágica armonía con el medio. La tesis de unos cuantos antropólogos hace décadas es hoy una verdad que pocas mentes se niegan a aceptar sobre las culturas nativas de nuestro planeta. Hay en Pandora una conexión ritual entre la sociedad y las raíces del mundo, y miss Sigourney Weaver, la jefe de antropólogos que estudian el nuevo planeta, trata de traducirlo a la cartilla científica, como una conexión entre todos los seres vivos de un ecosistema semejante a los enlaces entre las neuronas de nuestro cerebro. Como un recuerdo de muchos de los mundos destruidos por lo que aquí llamamos “el progreso”, entran en el planeta las hordas de la destrucción, los ejércitos que vienen a explotar los metales del mundo nuevo, y no querrán detenerse ante ningún obstáculo antes de agotar sus recursos.
Avatar: Filme de grandes "efectos" visuales.
La intriga es convencional, pues todas las películas de acción de nuestra época se sostienen en una trama similar, una tensión dramática análoga, y un previsible final de cuento de hadas. Siempre habrá un terrícola, o un marine, que se convierta en el salvador de los nativos amenazados. E incluso la parte violenta del bombardeo y de la destrucción del árbol sagrado que es el centro del mundo de los Na’vi, no difiere del estilo cinematográfico que nos llueve cotidianamente, con sus cortes frenéticos, explosiones desmesuradas, fugas apocalípticas y concéntricas esferas de estruendo.
Pero hay algo que hace a Avatar distinta de las películas de ciencia ficción que abundan en nuestra época: es la riqueza de imaginación que sus creadores han desplegado para hacernos creer en ese planeta perdido. Buena parte de la historia del arte ha sido visitada por sus diseñadores, y una buena parte de la ficción contemporánea ha sido aprovechada con éxito para crear un mundo asombroso y conmovedor que nos hace sentir en el centro de un sueño dirigido.
Desde las atmósferas generales, los grandes planetas vecinos llenando el horizonte, las arboledas fantásticas, los peñascos flotantes unidos por bejucos y raíces sobre los cuales corren como hormigas de fábula diminutos guerreros, los follajes retráctiles como sensitivos, el polen de medusas en el aire, los siniestros felinos nocturnos, hasta los más pequeños detalles, todo es más que convincente: es deslumbrante. Y hay momentos, como en esas bandadas de reptiles alados cada uno con un jinete azul sobre el lomo que vuelan sobre los farallones y los litorales espumosos, que parecen inmensos cuadros en movimiento de los románticos o los prerrafaelitas.
Pero hay algo que hace a Avatar distinta de las películas de ciencia ficción que abundan en nuestra época: es la riqueza de imaginación que sus creadores han desplegado para hacernos creer en ese planeta perdido. Buena parte de la historia del arte ha sido visitada por sus diseñadores, y una buena parte de la ficción contemporánea ha sido aprovechada con éxito para crear un mundo asombroso y conmovedor que nos hace sentir en el centro de un sueño dirigido.
Desde las atmósferas generales, los grandes planetas vecinos llenando el horizonte, las arboledas fantásticas, los peñascos flotantes unidos por bejucos y raíces sobre los cuales corren como hormigas de fábula diminutos guerreros, los follajes retráctiles como sensitivos, el polen de medusas en el aire, los siniestros felinos nocturnos, hasta los más pequeños detalles, todo es más que convincente: es deslumbrante. Y hay momentos, como en esas bandadas de reptiles alados cada uno con un jinete azul sobre el lomo que vuelan sobre los farallones y los litorales espumosos, que parecen inmensos cuadros en movimiento de los románticos o los prerrafaelitas.
Un parecido con la realidad: Pandora o Amazonía, Bagua...
Más importante que todo ello es que los inventores de esta historia parecen de verdad creer en ella: parecen creer en la sacralidad del mundo natural y en el peligro atroz de la depredación que se empeña en destruirlo. No sería extraño que esta película, a pesar de sus trucos y de su evidente intención industrial y comercial, marcara un momento en la conciencia de las nuevas generaciones humanas. Detrás de ella vendrá en avalancha todo un género de mistificación y de fábulas más o menos sensibleras y truculentas, pero Avatar, con ser la primera, bien podría ser una de las mejores. Corresponde a sentimientos, percepciones y temores que calan hondo en el espíritu de nuestra época. Corresponde a una toma de conciencia, y se ha atrevido a decir cosas nuevas y a decirlas con convicción, con seriedad y con una abrumadora riqueza de recursos. Y no sobra recordar al Quijote, para afirmar que, muchas veces, la primera obra de un género nuevo resulta ser, por sus hallazgos, la mejor y la más verdadera.
El Espectador.Com, Opinión: 23-01-2010.